A mi mejor amigo de la infancia

Han pasado casi veinte años desde la última vez que nos vimos, y cada año por estas fechas no puedo evitar acordarme de ti. 
Jugábamos a mil cosas: a las Spice Girls, a las Barbies, a ser los personajes de la última peli que habíamos visto… no me gustaba tener que ser el chico porque tú siempre te pedías a la chica protagonista, pero hoy entiendo que lo necesitabas. Necesitabas refugiarte en esa fantasía aunque fuese por unos minutos. Necesitabas ponerte mi disfraz de Bancanieves y mis zapatitos de tacón, porque sabías que estabas en un entorno seguro, que no te juzgaría, que estabas en casa. 
Ojalá no te hubiera tocado ser niño en los 90. Ojalá los adultos de tu alrededor hubiesen sabido cómo abordar el tema para que no crecieras pensando que había algo mal en ti.
La verdad es que siento una terrible impotencia cada vez que lo pienso y me haría muy feliz saber que estás bien. Que por fin puedes ser tú. Ni siquiera sé si eres un chico gay, una chica trans o si hoy por hoy te identificas con cualquier otra etiqueta. Espero que te hayas podido liberar de toda esa mierda que trataron de meterte en la cabeza en ese puto colegio de curas. Espero que hayas tenido la oportunidad de ir a terapia si es que te ha hecho falta. 
Tengo un hijo, ¿sabes? Y no sé si me pedirá Barbies para el Olentzero, o si preferirá coleccionar motos, o muñequitos de anime, o darle patadas a un balón. Se me pone un nudo en la garganta si pienso que podrían reírse de él por tener gustos fuera de lo convencional. Por desgracia es algo que se escapa a mi control. Lo que tengo muy claro es que su casa siempre será un lugar seguro, donde encontrará amor incondicional, comprensión y respeto. Porque esa es la obligación de una madre.
Han pasado casi veinte años y es como si te hubiese tragado la tierra, porque te busco y no te encuentro. Espero que sea porque eres tan feliz ahora que pasas de todo este paripé de las redes sociales, porque por fin eres tú. Porque por fin eres libre.



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