Mamá, no quiero ser artista
Anita era una niña como otra cualquiera; le gustaba jugar a disfrazarse, ver dibujos animados en la tablet y sacarse algún que otro moco de vez en cuando. Era feliz yendo a su cole, donde tenía un montón de amigos y sus profesores le animaban a seguir mejorando sus habilidades. Pero, de pronto, un día se dio cuenta de que algo en su vida era distinto a la de los demás. Fue un miércoles como otro cualquiera, mientras iba de la mano del tío Jorge a clase de pintura, cuando de repente un señor desconocido la llamó por su nombre. "¡Anita, qué grande estás ya! ¿Qué, a merendar a la Tahona?". Ella, sorprendida, miró a tío Jorge, que con toda naturalidad le contestó al hombre "No, hoy toca pintura". Se despidieron y siguieron su camino. Anita quiso saber quién era y por qué la conocía, pero tío Jorge no debió de oírla, porque no le contestó.
A partir de ese día las cosas cambiaron. Empezó a fijarse en cómo, cuando iba a casa de sus amigos, sus madres no le hablaban continuamente al móvil ni a la cámara, ni les hacían saludar, bailar o enseñar los juguetes que les habían comprado. "Vaya familia más rara; es el cumpleaños de Nico y no hay nadie haciendo stories...". De hecho, en un par de ocasiones, la tía de Nico, que se llamaba Bea, le insistió en que dejase un momento sus juguetes y fuese con ella al sofá a hacerse una foto, pero él no quería y así se lo hizo saber. Anita sintió un latigazo de tensión, y pensó "Ostras... se va a liar”, recordando aquella vez en la que mamá entró con la cámara mientras se estaba dando un baño con sus muñequitos. Estaba cantando Suéltalo, de Frozen, a pleno pulmón y mamá irrumpió de tal forma en el baño que Anita se asustó y se pilló tal rebote que no quiso repetir lo que estaba haciendo para que pudiera grabarlo. Mamá se disgustó tanto que ese día no hubo helado después de cenar. Pero la tía Bea se encogió de hombros y siguió hablando con el resto de adultos. Aquello sorprendió mucho a Anita.
Quiso compartir su incredulidad con mamá.
- ¿Sabes? Ayer, en el cumple de Nico, nadie grababa, ni subía stories, ni le pedían que hablase para los seguidores.
Mamá contestó sin levantar la vista de la encimera:
- Es que ellos no tienen seguidores, mi vida. No todo el mundo tiene. Nosotras trabajamos muy duro para conseguirlos, y gracias a eso tenemos un montón de cositas nuevas; tus muñecos de Peppa Pig, tus vestiditos nuevos... además, cuando Nico sea mayor, no va a tener recuerdos de cuando cumplió siete años. Tú tendrás un montón de recuerdos; de cuando naciste, de tus cumples, de cuando aprendiste a andar en bici... cuando seas mayor, podrás verlo las veces que quieras. Ojalá mis padres hubiesen hecho lo mismo conmigo cuando era pequeña, pero es que antes no había internet.
- Pobre Nico... cuando venga a casa podemos hacerle fotos y vídeos para que cuando sea mayor pueda verse también las veces que quiera.
Mamá se rió y le dio un beso en la frente. "No, cariño... hay gente que no entiende esta forma de ganarse la vida". Y le explicó que, aunque los niños llevaban mucho tiempo dedicándose al entretenimiento en televisión, empezaba a estar muy mal visto que se mostrase su vida por internet, pero que no debían hacer caso de las malas lenguas, porque al fin y al cabo se divertían mucho haciendo vídeos y les estaba yendo bien. "¡Eres una artista! Saluda a nuestros seguidores y explícales qué es lo que estamos haciendo", y de pronto Anita dejó a medias su reflexión y empezó a recitar lo que habían estado ensayando hace un rato. "¡Hola, Flowers! Estamos haciendo unos rollitos de queso, ¿Queréis saber cómo? ¡Dentro intro!".
La vida transcurrió con aparente normalidad hasta que llegó el campamento de 4º en la sierra. Anita estaba emocionada porque nunca había pasado una semana entera fuera de casa con sus amigos del cole. Además, iban a ir niños y niñas de otros dos colegios y había cantidad de actividades divertidas. El primer día ya se le conocía como Anita YouTube. Y por lo visto no era algo que se hubiesen inventado los de los otros colegios para molestarla; era el mote por el que la llamaban en la escuela a sus espaldas. Nico juró no saber nada, pero seguramente se lo había estado ocultando para no herirla. "He visto cómo aprendió a andar, el resbalón que se dio en el pasillo y cómo sus padres, en vez de cogerla en brazos, le apuntaban con una cámara. Qué infancia más triste, pobre chiquilla" oyó decir a una de sus monitoras en el tiempo de descanso.
No fue hasta años más tarde, en una entrevista de trabajo, cuando Anita pudo comprobar que el hecho de que absolutamente toda su vida hubiese sido expuesta en internet no era ninguna tontería y que seguiría pasándole factura durante un largo tiempo. La cara de la entrevistadora lo dijo todo. Ni siquiera hizo falta un "¡Eh, yo te conozco, eres la niña de Familia Happy Flower!"; su gesto de sorpresa, esa extraña complicidad con la que hablaba... definitivamente formaba parte de las dos millones de visitas semanales que el canal de su madre había tenido durante años. Y de pronto comprendió. Esa mujer le había visto bañarse, comerse su primera galleta, llorar a moco tendido al caerse de la bici en el parque... y como ella, millones de personas más, personas totalmente desconocidas.
Como si de un videojuego se tratase, cientos de recuerdos empezaron a desbloquearse: un señor que le habla por la calle, niños del parque que le hacen preguntas sobre su vida, sus respectivos padres dándose codazos desde el banco y cuchicheando, campamento en la sierra, Anita YouTube... el día en que mamá y tío Jorge se pusieron nerviosos por no sé qué de las noticias. Algo de unas fotos. Por lo visto está bien que tus padres muestren tu vida en internet, pero hay gente que se aprovecha de ello para otros fines. Y a veces esas cosas salen en las noticias. Y ese día salió. Y un señor como el que le preguntó si iba a la Tahona a merendar había hecho no sé qué con unas fotos de unos niños de internet, y como él otros muchos señores, y mamá lloraba mucho porque los abuelos no dejaban de llamarle y tenían todos mucho miedo.
Anita era una niña normal, que tenía una familia normal y vivía en una casa normal. Y se merecía una infancia normal, porque todos los niños merecen tener intimidad y ser respetados.
Leire Muñoz
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