No es mi fiesta

¡Hey, pero bueno! ¡Cuánto tiempo! Menudo ghosting, ya perdonaréis… ya sabéis, la maternidad, las oposiciones… que por cierto, tremendo desastre, qué horror… si lo sé no abro los apuntes. Al menos me queda la casi-certeza de que en septiembre nos ahorraremos la guardería. En realidad tampoco tenía nada relevante que aportar al blog, y eso de sentarse a escribir paja a veces es terapéutico, pero otras lo es más tumbarse en el sofá y echarse un Candy Crush con la tele de fondo. Que se han quemado los bosques y tal, ¿no? Algo de recalificar unos terrenos para no sé qué de poner unos molinos, dicen…

Bueno, al lío.  ¡San Fermín 2022! Qué ganas teníamos, eh… qué bien todo. Abusos sexuales, abuso animal… una maravilla. Los viviremos, decían, y menos mal que ya están aquí. Qué haríamos los pamploneses sin nuestras amadas fiestas… He de reconocer que de jovencita he disfrutado mucho de la juerga, pero hace ya tiempo que más allá del vermuteo no me llama en absoluto. Cuando Ibai sea mayor supongo que nos hará ilusión llevarlo a que vea los gigantes y todo eso. Como el Olentzero y la cabalgata, son cosas que cuando hay niños tienen algo de sentido. La verdad es que no siento ningún tipo de arraigo respecto a San Fermín. Me refiero al santo en sí. Nunca he sido creyente. De pequeña mi abuela me contaba un poco la movida y a veces me llevaba a misa con una especie de rama de bambú… tengo un vago recuerdo. Pero en cuanto empecé a desarrollar el pensamiento crítico y a hacer preguntas se le acabó el chollo. Qué se le va a hacer.
Otra cosa que no me gusta de estos días es cómo viene la gente a dejar nuestra ciudad llena de mierda sin ningún tipo de miramiento, y que no se pueda pasear tranquilamente sin la tensión de que vayan a robarte la cartera en cuanto te descuides. Pero la palma se la llevan, como no podría ser de otra forma, los toros. Porque podríamos hablar de violaciones, o como lo están llamando este año, sumisión química. No ataque químico o sedación para violar, no, sumisión química. Porque las que nos volvemos sumisas bajo los efectos de los químicos somos nosotras, no son ellos los que ejecutan la acción de drogarnos. Es como cuando en las noticias dicen eso de “una mujer muere a manos de su marido”. Hay que tenerlos bien colganderos, eh… en fin.
A lo que iba. Como le dije hace días a un amigo que tiene costumbre de ir a los toros, me cuesta creer que nadie (sano de la cabeza) sea capaz de disfrutar viendo cómo le clavan mierdas a un animal hasta que por fin lo matan. Simplemente no lo entiendo. Sé que la gente va a la plaza porque hay juerga, que van a beber y comer y a bailar con las peñas. Pero mira, llámame rara, yo sería incapaz de tomarme un pote mientras a un perro lo están jodiendo a pedradas a unos metros de mí. Por mucho que me ponga de espaldas, sé que está ocurriendo y si veo que la gente de al rededor, lejos de intentar impedirlo, se divierte y aplaude, como mínimo cojo y me piro. “Bueno, pero es que siempre he ido, es la tradición, no me gusta que les hagan eso pero me gusta ir”. Ya, lo que pasa es que a ti te viene muy bien disociar para no reflexionar sobre lo que está pasando y de lo que estás siendo partícipe. Que todo bien, colega, yo no voy a dejar de hablarte, pero vamos a llamar a las cosas por su nombre. Y si no te gustan las corridas pero disfrutas viendo a un grupo de animales corriendo despavoridos por las calles, resbalándose en cada curva, pues más de lo mismo. Qué, ¿a que habría estado mejor que no hubiese posteado hoy? Pues bueno, es lo que hay… ale, un saludo y a disfrutar de las corridas (para que no os haga falta ir a los toros 😉).

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿Mala suerte? Míratelo, guapi.

Solo sé que no sé nada

Lo peor de la Navidad